El que tiene oidos, oiga: EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO

jueves, 9 de julio de 2009

EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO

Vivimos en una sociedad postmoderna. Aunque no sepamos definirla, todos vivimos inmersos en ella, tanto si nos gusta o no, tanto si somos conscientes o no. Una de las características de la cultura postmoderna es el hedonismo.

El hedonismo es un estilo de vida caracterizado por una búsqueda activa del placer y una huida, igualmente activa, de todo aquello que pueda producir dolor, sufrimiento o incomodidad.

Cuando hablamos de placer o dolor, no sólo nos referimos a placeres o dolores de tipo físico, incluimos igualmente el de tipo emocional o psicológico. También el dolor o el placer espiritual.

Toda nuestra sociedad ha caído en una carrera loca por perseguir el placer y escapar rabiosamente del dolor. En mayor o menor grado todos somos partícipes de estos rasgos. Valoramos las cosas en función del placer que nos otorgan. Desechamos otras por la incomodidad o dolor que nos puedan producir. Somos indiferentes a muchas otras porque no nos proporcionan ningún tipo de satisfacción o gratificación, bien sea física, emocional o psicológica.

Cuando alguien se encuentra rodeado de este ambiente, no es nada difícil que contemplemos el dolor y cualquier tipo de sufrimiento, sea de tipo físico o psicológico, como el mayor mal o la mayor tragedia que nos pueda ocurrir. El sufrimiento es visto como algo horrible, despreciable, espantoso, incluso un intruso en nuestra realidad, un enemigo a destruir a cualquier precio. Cuando el dolor y el sufrimiento aparecen la felicidad se quiebra, la frustración y la desesperación se filtran en nuestras vidas.

cada vez más nuestro mundo está perdiendo no sólo la capacidad de resistir y hacer frente al dolor y al sufrimiento sino también la capacidad está perdiendo la capacidad de ver ningún aspecto positivo o de valor en ambos.

El placer, en sus aspectos positiva o negativa, rige tanto en el ámbito consciente como inconsciente muchas de nuestras actuaciones en la vida cotidiana. Como consecuencia, cada vez soportamos menos la contrariedad, la frustración, las expectativas no cumplidas. Se nos hace más y más difícil el poder luchar contra cualquier oposición a nuestros deseos y nuestra voluntad.

II. EL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO SON UNA REALIDAD EN LA EXPERIENCIA HUMANA
El hedonismo imperante en nuestra sociedad choca cotidianamente con la realidad del dolor y el sufrimiento. Ambos son muy reales y muy presentes en la condición humana. Podemos huir del dolor, podemos ignorarlo, podemos levantar todo tipo de murallas y protecciones para que no nos afecte, incluso podemos tener éxito durante un tiempo más o menos prologando. Sin embargo, es una batalla perdida. La realidad que, a veces, no queremos afrontar ni asumir es que el sufrimiento y el dolor tarde o temprano aparecerán en nuestra vida y nuestra ilusión quedará rota y la realidad impondrá cotidiana se impondrá.

El dolor físico y psicológico acechan por doquier. El fracaso, los problemas familiares, profesionales, de relación y la enfermedad, la muerte, etc. se encargan de recordarnos, en mayor o menor medida, que el dolor y el sufrimiento son inseparables de la vida humana.

En Génesis 3 se hace referencia que el pecado en el origen trajo el dolor y el sufrimiento y todo lo que experimentamos. La caída de nuestros primeros padres, y la rebelión a Dios produjo la introducción de dolor, el sufrimiento y la muerte en una realidad humana que hasta entonces la desconocía de forma práctica, aunque tuviera un conocimiento teórico de su existencia. Desde la desobediencia de Adán y Eva, el dolor y sufrimiento son compañeros inseparables, permanentes de la humanidad.

Todas las religiones les atribuyen a ambos un valor positivo. El sufrimiento y el dolor están siempre presentes en la experiencia religiosa. Es interesante que todas las creencias y confesiones lo perciban como un medio de purificación, como un instrumento utilizado por la divinidad, sea esta la que fuere, para moldear y mejorar el carácter de los fieles o seguidores de una determinada creencia.

Un rápido vistazo a los personajes bíblicos nos demostrará que el dolor y el sufrimiento estuvieron presentes en la experiencia de mucho, sino todos, ellos. Basta mencionar a Noé, José, Moisés, David, Elías, Jeremías y, casi sin excepción todos los profetas. Ya en el Nuevo Testamento tenemos el testimonio de Esteban, Santiago, Pedro, Juan, Pablo y, naturalmente el propio Señor Jesúscristo que sufrió, padeció y experimentó el dolor de forma totalmente injusta, sin ningún motivo ni razón, "varón de dolores, experimentado en quebrantos" tal y como lo definió de forma profética el mismo Isaías.

El ejemplo de Jesús, de los santos hombres de la Biblia, de otros cristianos a lo largo de los siglos -algunos de ellos presentes en nuestras propias comunidades locales- el testimonio de la iglesia cristiana perseguida en la actualidad en tantos países, nos puede llevar a la conclusión de que tal vez el dolor y el sufrimiento es algo que debemos esperar o pensar que pueda formar parte de nuestra experiencia espiritual.

Por si alguno estuviera tentado a sustraerse de esta conclusión, tenemos la advertencia clara y explícita de las Sagradas Escrituras en el sentido de que, nuestra vocación y llamamiento como cristianos lleva implícito el dolor y el sufrimiento. Estos forman parte del mismo paquete, que nuestra salvación. Todo ello nos fue dado por el mismo precio. No podemos aceptar una cosa sin la otra. No olvidemos, de todos modos, que nuestra salvación ya tuvo que ser obtenida a fuerza de mucho dolor y sufrimiento. Veamos lo que dice al respecto la Biblia:

* Si sufrimos [con Cristo] también reinaremos con Él" (2 Timoteo 2:12)
* "Sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo" (2 Timoteo 2:3)
* "Tenemos por bienaventurados a los que sufren" (Santiago 5:11)
* "Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en Él, sino también que padezcáis por Él" (Filipenses 1:29)
* "Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución" (2 Timoteo 3:12)
* "Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello" (1 Pedro 4:16)

Nuestros antepasados consideraron un privilegio el poder sufrir por la causa de Cristo. No creo que lo desearan, sin embargo, lo aceptaron con orgullo y de buen grado. Jesús nos decía que estrecho es el camino y la puerta. Todo esto puede sonar como locura para nosotros, los hijos de una sociedad que glorifica el placer y anatemiza el dolor. ¿Cómo suena a nuestros oídos el sentir que es un auténtico privilegio el poder sufrir por Cristo?

III. EL PROPÓSITO DEL DOLOR Y EL SUFRIMIENTO
Tratar de encontrar un sentido lógico a la realidad del dolor y el sufrimiento humano siempre ha sido una tarea difícil. De hecho, para muchas personas esta es la piedra de tropiezo que les impide el poder creer en Dios, aceptar su carácter de amor e incluso su propia existencia. Desde personalidades como Sigmund Freud o Aldous Huxley, hasta simples estudiantes y amas de casa han manifestado su imposibilidad de creer en la existencia de un Dios bueno que permite y consiente el mal, el dolor y el sufrimiento.

Si hemos de ser sinceros, éste es un problema incluso para los mismos creyentes. Nos resulta difícil reconciliar ambas realidades sin negar la omnipotencia o la bondad de Dios. Tenemos problemas para poder colocar juntos ambos atributos a la luz de la realidad que percibimos. Lo cierto es que el problema del origen del mal sobrepasa las intenciones de este artículo y, por tanto, no vamos a desarrollarlo en este espacio. Basta decir que es imposible encontrar una respuesta teológicamente correcta al problema del mal y el sufrimiento negando cualquiera de los dos atributos de Dios implicados, su bondad y su omnipotencia.

Aceptamos, pues, la realidad de que existe el sufrimiento, de que éste es real. La siguiente pregunta que nos podemos hacer es ¿existe algún propósito en el dolor y el sufrimiento? Pensamos que varios

La Biblia afirma que la paga -la retribución del pecado- es la muerte. Dicho de otro modo, la muerte es lo que todo ser humano, sin excepción, merece por haber pecado. En ocasiones perdemos de vista la increíble gravedad del pecado y al hacerlo no nos damos cuenta de todas las consecuencias que implica. Todo dolor y sufrimiento es consecuencia del pecado. En muchas oportunidades no es difícil para nosotros identificar el dolor físico o emocional que padecemos con las consecuencias de nuestras conductas. Todas las enfermedades, pongamos por ejemplo el SIDA o una cirrosis hepática, pueden ser consecuencias de una conducta de pecado. Todo el dolor emocional que un divorcio puede causar, en nosotros mismos y, en terceras personas, puede ser una consecuencia de nuestro pecado.

Otro de los propósito del dolor y el sufrimiento es la disciplina. En las Escrituras, vemos en ocasiones, que los hombres de Dios experimentaron el dolor como disciplina por sus pecados. El libro de Hebreos, en un pasaje interesante e inquietante nos dice: "No desprecies, hijo mío, la disciplina del Señor, ni te desanimes cuando te reprenda. Porque el Señor corrige a quien Él ama, y castiga a aquel a quien recibe como hijo.
Soportad la disciplina, y así Dios os tratará como a hijos. ¿Acaso hay algún hijo a quien su padre no corrija? Pero si Dios no os corrige, como corrige a todos sus hijos, es que no sois hijos legítimos, sino bastardos…. Pero Dios nos corrige para nuestro verdadero provecho, para hacernos santos como Él. Ciertamente ningún castigo es agradable en el momento de recibirlo, sino que duele; pero si uno aprende la lección, obtiene la paz como premio merecido" (Hebreos 12:7-11)

El amor de Dios por nosotros puede moverle a infringirnos un cierto grado de dolor y sufrimiento para llamar nuestra atención hacia la situación de nuestra vida espiritual. Experimentar cierto grado de sufrimiento puede hacernos recapacitar sobre la manera en qué estamos viviendo y nuestro caminar con el Señor. Ciertas experiencias en la vida tienen la capacidad de llevarnos al arrepentimiento, a reconocer nuestro orgullo y autosuficiencia y aceptar nuestra necesidad de Dios. El pasaje que hemos leído nos indica que hacernos participes de su santidad es uno de los propósitos de la disciplina de Dios. Aveces, nuestro Señor ha de disciplinar nuestro pecado como única manera de llamar nuestra atención sobre nuestra necesidad de santidad personal.

"El hecho de que somos llamados a soportar puebas demuestra que el Señor Jesús ve en nosotros algo muy precioso que el desea desarrollar, sino viera en nosotros algo que pueda glorificar su nombre no dedicaría tiempo a refinarnos. Cristo no arroja a su horno piedras sin valor lo que el purifica es mineral valioso. El Herrero pone el hierro y el acero en el fuego para saber que clase de metal es, El Señor permite que sus escogidos sean puestos en el horno de la aflicción para saber cual es su temple y si podrá moldearlos para su gloria". J de los Test. T. 3 p. 194

IV. CUANDO EL DOLOR NO PARECE TENER SENTIDO
Todos nosotros nos damos cuenta que, en ocasiones, el Señor quiere llamarnos la atención acerca del pecado en nuestra vida por medio del sufrimiento. Otras veces, somos plenamente conscientes de que sufrimos porque nuestras acciones u omisiones nos han llevado al punto de dolor y sufrimiento en el que estamos. Finalmente, tampoco nos resulta demasiado difícil ver el papel beneficioso que cierto grado de sufrimiento ha tenido en nuestra vida, ya que gracias al mismo, nos hemos librado de padecimientos mucho mayores.

Hay personas que pueden sufrir hasta la indecible cuando lo hacen por una causa o un motivo que vale la pena a sus ojos. La historia está llena de mártires por causas políticas y religiosas. Tal vez podemos aceptar el sufrimiento y el padecimiento de buen grado cuando comprendemos que puede contribuir al bien común, pero ¿qué hay de ese sufrimiento que parece no tener sentido o propósito alguno? ¿Qué sucede con ese dolor y padecimiento que aparenta ser totalmente arbitrario o injusto? ¿Qué propósito hay en la muerte de un niño, el dolor de unos padres por sus hijos que extravían de la vida decente, la muerte de un padre y el consiguiente desamparo económico de toda su familia?

Este tipo de situaciones puede llevarnos, con cierta facilidad, hacia una rebelión contra Dios debido al hecho de nuestra incapacidad para comprender el porqué de determinadas situaciones, circunstancias o experiencias. Muchos cristianos han visto flaquear su fe ante la imposibilidad de encontrar una explicación lógica y razonable a su sufrimiento o el de los seres queridos y, ante el aparente o real silencio de Dios en medio de todas estas situaciones. Muchos cristianos se han sentido solos y abandonados de parte de Dios, defraudados por la falta de acción del Señor en sus vivencias de dolor y sufrimiento. Cuántos creyentes podrían hacer suyas las palabras del salmista "Despierta; ¿Por qué duermes, Señor? Despierta, no te alejes para siempre. ¿Por qué escondes tu rostro? (Salmo 44:23-24)

En ocasiones, toda la situación se ve agravada por nuestras falsas expectativas respecto a la vida y respecto a cómo Dios debe de actuar. Una falsa expectativa común entre muchos cristianos es que no debemos sufrir. Consciente o inconscientemente pensamos que nuestra fe nos otorga una inmunidad frente al sufrimiento y el dolor ¡Falso! Incluso podríamos afirmar que en determinados casos, la fe nos hace más proclives al dolor, tanto físico como emocional. Los cristianos, por el hecho de ser humanos, comparten la condición mortal y ésta, como ya hemos visto, está irreversiblemente ligada a la realidad del dolor y el sufrimiento.

Por otro lado, en ocasiones, nos formamos ideas o expectativas equivocadas acerca de la forma en qué se supone que Dios debe actuar ante nuestro dolor y padecimientos. Él no está obligado a eliminarlo, ni siquiera a calmarlo o disminuirlo. Dios no se comprometió, en ningún lugar de la Escritura, a hacer de nuestra vida, una vida libre de padecimientos o dolor. Tampoco tomó el compromiso de suprimirlos, disminuirlos o borrarlos si éstos llegaran a hacer aparición en nuestra experiencia vital, en nuestra vida cotidiana.

Ni la lógica ni las emociones son buenas consejeras en estas situaciones. ¿Qué lógica puede encontrarse en el fallecimiento de un bebé? ¿Qué razones lógicas podemos dar para explicar el nacimiento de un niño con una enfermedad de tipo degenerativo? En estas situaciones podemos sentirnos abandonados, traicionados y defraudados por Dios. Nuestras emociones pueden enviarnos todo tipo de mensajes en esos momentos, sin embargo, ellas no son de fiar, no pueden ser nuestro criterio para poder juzgar al Señor ni las situaciones que nos esté tocando atravesar.

Dios siempre es coherente en su actuación en nuestras vidas y ésta, siempre está motivada por el amor, sin embargo, su propósito no siempre es evidente ni tampoco comprensible, no lo sabemos todo ni lo podemos entender todo. Cuando Job sufría sin sentido aparente para él, repetidamente cuestionó a Dios acerca de la razón y el propósito de todo lo que estaba sucediendo. Sin embargo, Dios no le contestó explicándole las razones, sino enfrentándolo con su propia limitación a la hora de tratar de comprenderle a Él. Ante todo ello, Job replicó al Señor: "Yo sé que tú lo puedes todo y que no hay nada que no puedas realizar ¿quién soy yo para dudar de tu providencia, mostrando así mi ignorancia? Yo estaba hablando de cosas que no entiendo, cosas tan maravillosas que no las puedo comprender. Tú me dijiste: Escucha que quiero hablarte; respóndeme a estas preguntas. Hasta ahora sólo de oídas te conocía pero ahora te veo con mis propios ojos. Por eso me retracto arrepentido, sentado en el polvo y en la ceniza." (Job 42:1-6)

En los momentos en que el dolor y el sufrimiento no parecen tener ningún sentido sólo nos queda la confianza en Dios. El libro de Hebreos nos dice que sin fe es imposible agradar a Dios. Unos versículos antes nos indicaba que la fe es estar convencidos de cosas que no vemos. Cuando vivimos las circunstancias en que la lógica y los sentimientos no valen, la fe nos ayuda a confiar en que:
* Dios no nos ha abandonado a pesar de que podamos sentir lo contrario o las circunstancias así parezcan indicarlo. Las promesas del Señor son muy claras en ese sentido: Mateo 28:20; Hebreos 13:5 y Salmo 23, entre otras.
* Dios tiene su tiempo que, muy a menudo, por no decir siempre, es diferente al nuestro. En su momento Él cumplirá su propósito.
* Dios, como se ha indicado en el punto anterior, tiene un propósito que puede que nunca llegue a ser evidente para nosotros. En Romanos 8:28-29 Pablo nos indica que cuando una persona ama a Dios, todas las cosas ayudan para bien. Pero ¡Cuidado! No olvidemos que ese bien, no es cualquier bien. No se trata de nuestra gratificación o placer físico o emocional. Dios no está hablando de nuestras propias y personales expectativas del bien. Se trata, de que se desarrolle en nosotros el carácter de su hijo. A los ojos del Señor, ese es el mayor bien posible. Por tanto, el dolor y el sufrimiento estarían justificados si traen como consecuencia el mayor bien que Dios puede proporcionarnos, la salvación.
* El amor incondicional de Dios está siempre detrás de sus designios. Dios ha demostrado ese amor en la cruz muriendo por nosotros cuando éramos sus enemigos, cuando éramos pecadores y lo único que merecíamos era la muerte y total destrucción.

Cristo llevará a sus redimidos a lo largo del rio de la vida y les explicará todo lo que le fuera motivo de perplejidad en este mundo. Los misterios de su gracia se descubrirán ante su mirada, All´donde sus miradas discernian confución y desorden, persibirán la más perfecta y hermosa armonía. J- de los Test. T3 p. 390

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