El que tiene oidos, oiga: NUBES TORMENTOSAS SOBRE EL ANGUSTIOSO CIELO PLANETARIO II

miércoles, 29 de julio de 2009

NUBES TORMENTOSAS SOBRE EL ANGUSTIOSO CIELO PLANETARIO II

Como lo comentábamos en nuestro primer artículo, el martes 11 de setiembre ppdo. una tragedia totalmente inesperada, y de una magnitud imposible de abarcar, transformó el presente en un pasado definitivo, y, por lo mismo, inexorablemente irrecuperable. Ese martes, en horas de la mañana, de una mañana hermosa, de buen sol y agradable temperatura, tanto en la selva de cemento, acero y cristal que se yergue impresionante sobre las orillas del Hudson, allá en la isla de Manhattan, como también en las arboladas orillas del Potomac, en la capital de la nación más poderosa del planeta, el curso de la historia se detuvo, vaciló por algunos momentos, y tomó un rumbo decidida y definitivamente diferente.
Lo que ocurrió ese día desafía seriamente cualquier capacidad de comprensión. Esta dificultad se hace ostensible en los análisis que de la situación trataron de ofrecer los medios informativos. Tan sólo parecían coincidir en los adjetivos con los que se esforzaban por caracterizarla, calificativos totalmente desusados en el medido y moderado lenguaje periodístico–lo que ocurrió ese martes fue referido como dantesco, infernal, apocalíptico, maquiavélico, diabólico, terrorífico, más propio de ciencia ficción que de realidad. En palabras de Manuel López Rodríguez: "Adiós ‘escudo antimisiles", ‘nucleares de bolsillo’, armas químicas, etc."; "algo emblemático a escala planetaria se ha quebrado de cuajo"; y continuó citando 2 Pedro 3:10, "Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas", como anticipo de escenas apocalípticas mucho mayores que nos aguardan como humanidad, a la vuelta de la esquina, por así decirlo. ICPRESS Internacional, Sept. 14, 2001.
También están las posiciones de quienes se expresan acerca de lo ocurrido, algunas de ellas no exentas de incomprensibles hebras de crueldad, como reflejando una cierta satisfacción por lo experimentado por la gran nación del Norte. Pero al margen de cualquier preferencia geopolítica que podamos tener, el corazón no puede dejar de llorar ante el gigantesco dolor humano determinado por esas explosiones terriblemente destructivas. Es que tragedias de esta magnitud siempre tocan en forma definitiva las vidas de muchos, muchísimos individuos. Entre los muertos se encuentran latinoamericanos–realmente centenares de ellos–, y también europeos, asiáticos, australianos y africanos; 2.000 ciudadanos de no menos de un centenar de países, todos trabajando en las torres gemeral del World Trade Center. Realmente casi no hay rincón del planeta en el que no se estén derramando amargas lágrimas, tal vez en este mismo momento, alternadas por una ansiosa expectativa, ya casi totalmente evaporada, de alguna hipotética llamada telefónica testificando la emocionante noticia de algún milagro.
Al sufrimiento de esos días habrá de seguir, porque es totalmente inevitable, el trauma de lo irreparable, no solamente de vidas tronchadas por miles, sino también de cicatrices y mutilaciones deformantes; el trauma de profundas heridas psíquicas propias de esperanzas destrozadas; el trauma de la visión imborrable de cuerpos despedazados; el trauma de la impotencia ante lo definitivo; el trauma de una amarga ira contenida, que demanda, clama, exige venganza, retribución, represalia. El presidente Bush se refirió a lo ocurrido como un "acto de guerra", la "primera guerra del siglo XXI", y prometió a su pueblo una "respuesta victoriosa", aplastante, a la cobarde agresión. La Organización del Tratado del Atlántico Norte, formada por varias decenas de naciones, decidió apoyar a Estados Unidos en la búsqueda de una venganza "implacable." Es de hacer notar que el art. 5 de su Constitución establece que el ataque a una de ellas equivale a un ataque a todas. Las Provincias Internacional (Valencia), Septiembre 13, 2001. Es que, como escribió Rafael Gómez, desde Madrid, luego de intentar una comparación del desastre del martes con películas de ciencia ficción : "ni las mentes más excéntricas hubieran [podido] imagina[r]do a un ser humano capaz de planear una catástrofe de es[t]as dimensiones." ICPRESS Internacional, Septiembre 14, 2001. En otro de sus párrafos, Gómez añadió : "La civilización occidental vivió ayer una trágica jornada de la que será difícil reponerse. Por actos mucho más insignificantes que estos, han comenzado guerras de consecuencias planetarias." Ibid. Y todavía más, en sus palabras : "Se avecinan guerras de religión."
La confrontación sorpresiva con el shock de esta transición involuntaria, despedazó toda normalidad, tornando vana cualquier esperanza de un retorno a cómo eran las cosas antes de ese martes. El martes lo normal fue destruido por la transición; y ahora sólo resta tratar de imaginar cómo será la nueva normalidad, indudablemente muy diferente de la anterior, y esforzarse al máximo por ajustarse a ella en la forma menos traumática posible. Desde ese aciago día un gran signo de interrogación, como de monstruosas dimensiones antediluvianas, ha reemplazado la habitual normalidad de un ayer de "paz y seguridad", que sencillamente se esfumó. A poco de la tragedia un experto estadounidense declaró : "Esto es el Apocalipsis. El mundo cambiará a partir de hoy [refiriéndose al martes 11] ." Las Provincias Internacional (Valencia), Septiembre 13, 2001.
Tal vez hemos visualizado mentalmente a miembros de una familia despidiéndose ese día por la mañana a la entrada de uno de los dos aeropuertos, sin siquiera imaginar que el abrazo y el beso del "adiós" habrían de ser los últimos en darse o recibirse. O tal vez vino a nuestra mente alguno de esos intercambios de palabras que nunca debieran darse entre esposos, precisamente a la hora del desayuno de ese día, con el esposo levantándose abruptamente de la mesa, tomando su portafolio y alejándose con un portazo. Mientras lo imaginamos apresurándose para llegar a tiempo al aeropuerto, hasta casi pareciera como que hubiéramos podido oirlo diciéndose a sí mismo, "¡Ah, qué mal estuve! Apenas llegue a Los Angeles, la llamaré por teléfono para pedirle perdón; le diré cuánto la amo, y cuán vacío resultaría mi mundo sin ella." Buena intención; pero ¿habría de llegar ese avión a Los Angeles? ¡Cuán importante es amar a "nuestros amados" ahora! ¿Cómo podríamos atrevernos a salir hacia el trabajo sin abrazar a nuestra esposa y a nuestros hijos? No dejemos pasar ninguna oportunidad de manifestar afecto y cariño, porque bien podría ocurrir que esa oportunidad nunca más volviera. Y ¡cuánto más cuando vemos cuán vertiginosamente va despareciendo todo vestigio de normalidad!

Continuará

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