El que tiene oidos, oiga: 3.- El Espíritu Santo y la morada interior de Cristo

viernes, 17 de julio de 2009

3.- El Espíritu Santo y la morada interior de Cristo

JOYA BÍBLICA:
“Para que os de, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu, para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones,...y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:16, 17, 19).

Pregunta:
¿De qué manera recibimos a Cristo en nuestro corazón? ¿Por qué medio realiza su obra en nuestro interior?

Respuesta:
Por el Espíritu, Cristo mora en nosotros: “Los que ven a Cristo en su verdadero carácter, y le reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna” (El Deseado de todas las gentes, pág. 352).

“El día de Pentecostés les trajo la presencia del Consolador, de quien Cristo había dicho: ‘Estará en vosotros’. Les había dicho además: ‘Os conviene que yo vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendrá a vosotros; mas si me fuere, os le enviaré’. Y desde aquel día, mediante el Espíritu, Cristo iba a morar continuamente en el corazón de sus hijos. Su unión con ellos sería más estrecha que cuando estaba personalmente con ellos. La luz, el amor y el poder de la presencia de Cristo resplandecían de tal manera por medio de ellos que los hombres, al mirarlos, ‘se maravillaban; y al fin los reconocían, que eran de los que habían estado con Jesús’” (El Camino a Cristo, pág.74, 75)

La presencia personal de Cristo: “La obra del Espíritu Santo es inconmensurablemente grande. De esta fuente el obrero de Dios recibe poder y eficiencia; y el Espíritu Santo es el Consolador, como la presencia personal de Cristo para el alma” (Elena de White, Review and Herald, 29 de noviembre, 1892).

“ ... En el día de Pentecostés descendió el Consolador prometido, y por el poder de lo alto que les fue dado las almas de los creyentes se estremecieron con el sentimiento de la presencia de su Señor que ya había ascendido al cielo” (El Conflicto de los siglos, pág. 399). “Las inagotables provisiones del cielo están a su disposición. Cristo les da el aliento de su Espíritu, la vida de su propia vida” ( Obreros evangélicos, pág. 117).

Realiza la obra de Cristo en nuestro corazón: “El Espíritu Santo es el aliento de la vida espiritual. El impartimiento del Espíritu es el impartimiento de la vida de Cristo. Comunica al que lo recibe los atributos de Cristo” (El Deseado de toda las gentes, pág. 745).

“El Espíritu Santo trata de morar en cada alma. Si se lo recibe como huésped de honor, los que lo reciben serán hechos completos en Cristo. La buena obra comenzada se terminará; pensamientos divinos, afectos celestiales y acciones como las de Cristo ocuparán el lugar de pensamientos impuros, sentimientos perversos y actos de rebeldía” (Counsels on Health, pág. 561).

Imparte la vida de Cristo: “El Espíritu Santo es el aliento de la vida espiritual. El impartimiento del Espíritu es el impartimiento de la vida de Cristo. Imbuye al que lo recibe con los atributos de Cristo. Únicamente aquellos que han sido enseñados de Dios, los que poseen la operación interna del Espíritu, y en cuya vida se manifiesta la vida de Cristo, han de destacarse como hombres representativos que ministren en favor de la iglesia” ( DTG p 734).

“La transformación del carácter es para el mundo el testimonio de que Cristo mora en el creyente. Al sujetar los pensamientos y deseos a la voluntad de Cristo, el Espíritu de Dios produce nueva vida en el hombre y el hombre interior queda renovado a la imagen de Dios” (Profetas y Reyes, pág. 175).

¿Dejaremos afuera al Salvador?: “Si la promesa no se cumple como debiera, se debe a que no es apreciada debidamente. Si todos lo quisieran, todos serían llenados del Espíritu” ( Hechos de los Apóstoles, pág. 41).

“Oh, mis hermanos, ¿contristaréis vosotros al Espíritu Santo y ocasionaréis su partida? ¿Dejaréis afuera al bendito Salvador por no estar preparados para su presencia ?” (Elena de White, R&H, 22 de marzo de 1887).

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