El que tiene oidos, oiga: NUBES TORMENTOSAS SOBRE EL ANGUSTIOSO CIELO PLANETARIO I

miércoles, 29 de julio de 2009

NUBES TORMENTOSAS SOBRE EL ANGUSTIOSO CIELO PLANETARIO I

Hay momentos en que la historia pareciera detenerse, vacilar como indecisa, y cambiar decididamente de rumbo. Desde el martes 11, en horas de la mañana, nuestro mundo dejó de ser lo que era cuando estalló, en forma totalmente sorpresiva, lo que ha dado en llamarse la Nueva Guerra, la primera guerra del siglo XXI, la guerra contra un enemigo sin rostro y sin patria definida. No se trata de una guerra como de las que podrían considerarse normales o comunes (en realidad de verdad, ninguna guerra es "normal" o "común"); no se trata de desembarcar tropas en las playas de algun país, o de invadir alguna isla, o de lanzar paracaidistas sobre puntos estratégicos, porque en esta ocasión el enemigo no está geográficamente circunscripto. Es que el terrorismo, tan móvil como quieran serlo quienes lo practican, no reconoce fronteras. Por eso, según los analistas, librar esta guerra a escala internacional, no se diferenciará mucho de pelear en la oscuridad o en medio de una niebla espesa; es decir, sin ver realmente las facciones del enemigo.
¡Tan reciente como lo es el 11 de setiembre, y, sin embargo, tan remoto ya! Así somos los seres humanos que vivimos en estos tiempos turbulentos: la tremenda impresión que pudiera provocarnos un acontecimiento hoy, tal vez es reemplazada mañana por un bostezo si alguien nos lo recuerda. El martes 11, a las 8.45 hora argentina, despegó del Aeropuerto de Boston un Boeing 767 con 92 pasajeros a bordo, correspondiente al vuelo 11 de American Airlines, y con destino a Los Angeles. Veinticinco minutos más tarde, a las 9.10 hora argentina, desde el mismo aeropuerto y con el mismo destino, hizo lo propio otro Boeing 767, correspondiente al vuelo 175 de United Airlines, con 65 pasajeros. Nada hacía suponer o presagiar que estos vuelos pudieran ser distintos de los habituales. Partieron hacia la costa Oeste de los Estados Unidos, ignorantes de que estaban llevando a bordo algunos pasajeros que se habían adiestrado como pilotos, pero que se habían negado a aprender cómo aterrizar esas gigantescas máquinas voladoras. Es que en estos vuelos no iba a ser necesario ese aspecto del adiestramiento.
Mientras tanto, a no mucha distancia al Sur de Boston, la enorme urbe neoyorquina se aprestaba a iniciar otra activísima jornada comercial, como lo eran habitualmente todas ellas. En la isla de Manhattan, más o menos a esa misma hora, comenzaba la actividad del día en ese verdadero hormiguero humano de no menos de 50.000 personas, representado por las torres gemelas del World Trade Center (Centro del Comercio Mundial). Enmarcadas por las calles Liberty, Church y Vesey, erguían sus 110 pisos, hermosas, enhiestas, seguras, a 419 m de altura, arquitectónica y tecnológicamente a prueba de los más severos terremotos. Nada, absolutamente nada, hacía pensar que ése pudiera ser un día diferente, ¡el día de la demolición de esas Torres, y de la muerte de miles de los que trabajaban en ellas!
Mientras tanto, y en forma totalmente sorpresiva, ya toda normalidad había desaparecido dentro de esos dos aviones, y ahora, a una velocidad de 900 km por hora se acercaba a las Torres una destrucción pavorosa. A las 9.45 el primero de estos aviones, secuestrado en pleno vuelo, hizo su impacto en el piso 80 de la Torre Norte, envolviendo en llamas los 30 pisos superiores; y a las 10.00, ante ojos que se desorbitaban ante lo que veían, tan irreal se les aparecía todo, el segundo de estos aviones impactó la Torre Sur, con resultados aun más catastróficos. Cincuenta y cinco minutos después del impacto se desplomaba la Torre Sur, y apenas 33 minutos más tarde ocurría lo mismo con la del Norte. Pero la apocalíptica destrucción no había cesado todavía en esa porción Suroriental de Manhattan. Algunas horas más tarde, a las 18.20 hora argentina, y sin haber sufrido impacto alguno, caía también el así llamado Edificio No. 7, torre de oficinas que se levantaba al otro lado de la calle Vesey, a corta distancia de la Torre Norte.
Mientras se producían estas tragedias, cuya descripción pareciera no lograr expresión apropiada en adjetivo alguno, otras dos, no menos pavorosas, se iban desarrollando algo más al Sur de las riberas del Hudson. Desde Washington había partido un Boeing 757, también hacia Los Angeles, el vuelo 77 de American Airlines, llevando a bordo 64 pasajeros y 7 tripulantes. Este vuelo tampoco iba llegar a su destino. Un grupo de piratas aéreos le impuso otro objetivo, el enorme edificio del Pentágono, el gran cerebro y músculo del potencial militar de la nación, con sus 117.555 m2, y sus 27 km de pasillos. El impacto se produjo a las 11.20 hora argentina, casi 2 horas después de aquel en la Torre Norte, y 1.20 horas después del que se incrustó con terrible violencia en la torre Sur.
Tristemente no habían terminado, sin embargo, los horrores de ese martes, ya que casi al mismo tiempo, otro Boeing 757, el vuelo 93 de United Airlines, de Newark a San Francisco, con 38 pasajeros y 7 tripulantes a bordo, veía alterado su destino final a California, desviado ahora ¡hacia la Casa Blanca!, la sede del poder ejecutivo de los Estados Unidos, o bien ¡hacia el Capitolio!, el nervio legislativo de los Estados Unidos. Si esos objetivos no fueron alcanzados fue porque un grupo de decididos pasajeros intentó infructuosamente retomar el control del aparato; minutos después, todos, secuestradores y pasajeros, morían al estrellarse el avión en un sitio despoblado entre Pittsburgh y Somerset, en el estado de Pennsylvania, a muy pocos kilómetros al Noreste de Washington.
¿Han vuelto desde entonces las cosas a su normalidad? No, mis amigos, nunca lo harán. Uno fue el mundo hasta el amanecer del martes 11; otro, muy distinto, desde el mediodía de ese martes. Pero ¿no será que estamos exagerando, sobredimensionando, lo ocurrido durante esa mañana? No, no es así. Vientos de guerra soplan ya sobre el planeta; y si en estos días parecieran haberse calmado un tanto las cosas, no nos engañemos, porque podría tratarse tan sólo de la calma engañosa que precede al pavoroso estallido de una temible tormenta.

Continuará

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