El que tiene oidos, oiga: Como Portarse en la Casa de Dios

martes, 21 de julio de 2009

Como Portarse en la Casa de Dios

I. No te presentarás tarde a las puertas del templo, porque aunque todavía estén abiertas, tu tardío arribo puede cerrar las puertas de la comunión con Dios en muchos corazones.

II. No profanarás el santo lugar de la oración, yendo a él con un corazón vacío, porque mejor que la plata depositada como ofrenda, es el dorado anhelo por la santidad traída por el alma.

III. No llevarás por sus atrios los cuidados del mundo, ni sus ambiciones egoístas, ni sus vanidades triviales; entra como discípulo de Jesús en busca de la gracia y la misericordia que limpia de toda injusticia.

IV. No imitarás a los que buscan a Dios con vestidos inconvenientes que oscurecen la visión, o con maneras poco devotas que destruyen la paz de los creyentes.

V. Adorarás a Dios, no de una manera triste, sino con espíritu gozoso, haciendo énfasis no en las tormentas y en las sombras, sino manifestando la paz y la gloria que vienen de lo alto.

VI. Traerás al santuario un corazón lleno de penitencia y de piedad y una mente abierta reverente y pronta a ser enseñada, a fin de que la iglesia pueda proveer el vigorizante ambiente de la alimentación espiritual.

VII. Te acordarás siempre de que eres un hijo de Dios, y así te esforzarás para hacer en cada mirada y cada actitud o ademán, en tu silencio y tus palabras, tal manifestación del espíritu de Dios, que ayude a establecer su reino de amor entre los hombres.

VIII. Participarás de todo corazón en todo el servicio, haciendo que el canto, la lectura y las actitudes de oración, conduzcan a la reverencia y a la rectitud.

IX. Tú, el ministro, no convertirás el púlpito en una agencia de noticias, ni confundirás al pueblo con boletines perturbadores, ni tolerarás la música inapropiada, ni permitirás un coro desordenado; ni distraerás la atención por una ligereza inconveniente o por un estilo sensacional, del evangelio eterno de la vida superior.

X. Traerás también a la congregación la sabiduría de la vida, recogida de los vastos campos del estudio y la experiencia, orando de tal modo que todos puedan sentir la presencia de Dios, y predicando de tal manera que cada uno salga con una mente más sabia, con un corazón más ardiente, con una conciencia más clara y una voluntad más fuerte para servir a Dios.

(J.H. Crooker, en El Pastor Evangélico, Enero-marzo de 1958).

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