El que tiene oidos, oiga: 4.- La Misión del Espíritu Santo

viernes, 17 de julio de 2009

4.- La Misión del Espíritu Santo

JOYA BÍBLICA:
“Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (San Juan 16:13).

Pregunta: ¿Cuáles son algunos aspectos de la obra del Espíritu Santo en esta tierra?

Respuesta:
Coloca y capacita a los líderes en la iglesia: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hech. 20:28).

“Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Ellos entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre” (Hech. 13:24).

Es el Espíritu de Verdad: “El Consolador es llamado el ‘Espíritu de verdad’. Su obra consiste en definir y mantener la verdad. Primero mora en el corazón como el Espíritu de verdad, y así llega a ser el Consolador. Hay consuelo y paz en la verdad, pero no se puede hallar verdadera paz ni consuelo en la mentira” ( DTG pág. 624).

“El Espíritu Santo viene al mundo como el representante de Cristo. No solamente habla la verdad, sino que es la verdad: el Testigo fiel y verdadero. Es el gran escrutador de los corazones y conoce el carácter de todos” (CM 66).

Ayuda a comprender y a aceptar la Palabra de Dios: “No podemos llegar a entender la Palabra de Dios sino por la iluminación del Espíritu por el cual ella fue dada” (El Camino a Cristo, págs. 109, 110).

“La predicación de la palabra sería inútil sin la continua presencia y ayuda del Espíritu Santo. Este es el único maestro eficaz de la verdad divina. Únicamente cuando la verdad vaya al corazón acompañada por el Espíritu vivificará la conciencia o transformará la vida” (El Deseado de todas las gentes, pág. 625).

Produce el arrepentimiento: “El hombre no podría hacer nada bueno sin la operación divina. Dios llama a cada uno al arrepentimiento, pero el hombre ni siquiera puede arrepentirse a menos que el Espíritu Santo trabaje en su corazón” (Testimonies, tomo 8, pág. 64).

El Espíritu de Dios transformará los corazones humanos: “Cuando el Espíritu de Dios se posesiona del corazón, transforma la vida. Los pensamientos pecaminosos son puestos a un lado, las malas acciones son abandonadas; el amor, la humildad y la paz, reemplazan la ira, la envidia y las contenciones. La alegría reemplaza a la tristeza, y el rostro refleja la luz del cielo. Nadie ve la mano que alza la carga, ni contempla la luz que desciende de los atrios celestiales. La bendición viene cuando por la fe el alma se entrega a Dios. Entonces ese poder que ningún ojo humano puede ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 144).

Mediante el poder del Espíritu Santo somos revitalizados en nuestros corazones y mentes: “Todos los que consagran su alma, cuerpo y espíritu a Dios, recibirán constantemente una nueva medida de fuerzas físicas y mentales. Las inagotables provisiones del cielo están a su disposición. Cristo les da el aliento de su propio Espíritu, la vida de su propia vida. El Espíritu Santo despliega altas energías para obrar en el corazón y la mente... Por la cooperación con Cristo, son completos en El, y en su debilidad humana son habilitados para hacer las obras de la Omnipotencia” (Deseado de Todas las Gentes, pág. 768).

Prepara al pueblo de Dios para el triunfo final: “E gran derramamiento del Espíritu de Dios que ilumina toda la tierra con su gloria, no acontecerá hasta que tengamos un pueblo iluminado, que conozca por experiencia lo que significa ser colaboradores de Dios. Cuando nos hayamos consagrado plenamente y de todo corazón al servicio de Cristo, Dios lo reconocerá por un derramamiento sin medida de su Espíritu; pero esto no ocurrirá mientras que la mayor parte de la iglesia no colabore con Dios” (Review and Herald, 21 de julio de 1896).

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