El que tiene oidos, oiga: El desarrollo de la doctrina del divinidad de Cristo en la IASD

viernes, 17 de julio de 2009

El desarrollo de la doctrina del divinidad de Cristo en la IASD

Durante décadas, al analizar el desarrollo doctrinal de la Iglesia Adventista, nos hemos centrado en el redescubrimiento que nuestros pioneros hicieron de las verdades del sábado, el Santuario, el don de profecía y la inmortalidad condicional del alma. Por otra parte, pocos saben cómo llegamos a la comprensión de otras verdades que también son importantes dentro de las creencias fundamentales que nuestra iglesia sustenta. En particular, muy pocos conocen cómo arribamos a la comprensión de que “hay un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, una unidad de tres personas coeternas”.

¿En qué creían nuestros pioneros?
Si aplicamos esta pregunta a la doctrina de la Deidad o de la Trinidad, hay que hablar de un desarrollo doctrinal, más que de una posición definida que se mantuvo desde el inicio del movimiento adventista hasta nuestra actual Declaración de Creencias Fundamentales. Esto no es de extrañar, puesto que sucedió con varias otras doctrinas (durante unos veinte años, nuestros pioneros y Elena de White consumieron cerdo, por ejemplo, hasta redescubrir Levítico 11).

El movimiento millerita estaba conformado por fieles de casi todas las denominaciones protestantes de Norteamérica: bautistas, metodistas, presbiterianos, congregacionalistas, de la Conexión Cristiana, para citar unos pocos. Es lógico que, al conformar el movimiento adventista y luego organizar la Iglesia Adventista en sí, tuvieran que ponerse de acuerdo con respecto a un conjunto común de creencias fundamentales. Esto definiría la identidad doctrinal que los diferenciaría de las denominaciones existentes.

Pero, cuando estuvieron asentadas estas verdades –el regreso premilenial de Cristo; la validez de los Diez Mandamientos, con un énfasis especial en el cuarto; el ministerio de Cristo en el Santuario Celestial; el don de profecía; y la inmortalidad condicional del alma–, tuvieron que ponerse de acuerdo en otras que hasta ese momento no habían enfatizado. El problema surgió en relación con todo el bagaje teológico y doctrinal que arrastraban de sus anteriores denominaciones. En muchos casos, traían interpretaciones totalmente distintas de las verdades de la Biblia.

Con respecto a la divinidad de Cristo, es necesario decir que la iglesia atravesó por, al menos, tres etapas: en un comienzo se afirmó que era un ser creado, luego vino un período de análisis y de discusión y, finalmente, una etapa en la que se llegó a la comprensión bíblica de la divinidad de Cristo.

Comienzos antitrinitarios
Varios de nuestros pioneros provenían de iglesias que negaban la doctrina de la Trinidad. Este fue el caso, por ejemplo, de Jaime White y José Bates, que habían sido ministros de la iglesia denominada Conexión Cristiana. Esta denominación era fuertemente unitaria, por lo que negaba la divinidad de Cristo al igual que la personalidad del Espíritu Santo. Otros pioneros también negaban la divinidad de Cristo, como J. H. Loughborough,1 Urías Smith,2 Roswell F. Cotrell3 y D. M. Canright.4

Por esta razón es que algunos han expresado que muchos de nuestros pioneros fueron arrianos. En verdad, para ser rigurosos, nuestros pioneros no eran arrianos de pura cepa, sino “semiarrianos”. El arrianismo enseña que Cristo fue un “dios” creado y que hubo un tiempo en el que no existió. La posición semi arriana sostiene que, si bien hubo un tiempo en que Cristo no existió como una persona separada del Padre, comparte la misma sustancia del Padre y fue “engendrado” por el Padre, en lugar de ser creado. Podría ser caracterizado por la división “amébica de Cristo” desde la célula del Padre: Cristo emergió de la persona del Padre como un ser divino distinto.

Período de análisis y discusión
El énfasis en la justificación por la fe que experimentó nuestra iglesia luego del Congreso de Minneapolis de 1888 trajo como resultado un mayor estudio de la persona y la obra de Cristo. E. J. Waggoner, uno de los predicadores de la justificación por la fe, llegó a la conclusión de que Cristo posee todos los atributos de Dios y tiene vida en sí mismo. “El hecho de que Cristo forma parte de la Divinidad, posee todos los atributos de la Divinidad y es igual al Padre en todos los aspectos, como Creador y Legislador, es la única fuerza presente en la expiación. [...] Cristo murió ‘para llevarnos a Dios’ (1 Ped. 3:18), pero si le faltara una jota para ser igual a Dios, no podría llevarnos al Padre”.5

Evidentemente, nuevas voces, de entre nuestros pioneros, se estaban levantando para exaltar la figura de Cristo. Esto llevó a un estudio más profundo de la persona y la naturaleza de Jesús tal como se lo presenta en las Escrituras. Esto, a su vez, trajo como resultado la comprensión de la plena divinidad de Cristo.

Ahora, había dos posiciones enfrentadas: una negaba la divinidad de Cristo, argumentando que es un ser creado; la otra, afirmaba que Cristo es igual al Padre, con todos sus atributos; plenamente Dios. ¿Quién definiría esta disputa? ¿Se llegaría a un acuerdo?

Vientos de cambio
El año 1898 marca un cambio de paradigma en la Iglesia Adventista. Ese año se publican dos libros. El primero fue Looking Unto Jesus [Contemplemos a Jesús], escrito por Urías Smith. Allí, él afirma que “solo Dios el Padre es sin principio. En el punto más distante del pasado en que un principio puede existir –un período tan remoto que para las mentes finitas representa esencialmente la eternidad– apareció el Verbo”.6 Evidentemente, Urías Smith seguía manifestando su creencia en que Cristo es un ser creado.
Por otro lado, ese mismo año se publicó el libro El Deseado de todas las gentes, escrito por Elena de White. Allí, ella afirma rotundamente que Cristo no es un ser creado y que, por lo tanto, es plenamente divino: “En Cristo hay vida original, que no proviene ni deriva de otra. ‘El que tiene al Hijo, tiene la vida’ (1 Juan 5:12). La divinidad de Cristo es la garantía que el creyente tiene de la vida eterna”.7

Si bien esta no había sido la primera vez que Elena de White se refería a Cristo como un ser divino (ver la sección “Quiero saber”, de la pág. 4), la publicación del libro El Deseado de todas las gentes marcó un cambio de paradigma en nuestra iglesia con respecto a la naturaleza de Jesús. A partir de 1898, se percibe un énfasis cada vez mayor en nuestras publicaciones con respecto a la divinidad de Cristo y a la creencia en la doctrina de la Trinidad.

Madurez teológica
El proceso de madurez teológica con respecto a la divinidad de Cristo y la Trinidad, que había comenzado en 1888, empieza a mostrar sus frutos a fines de la década de 1890. Esto se evidenció particularmente en nuestras publicaciones.

El mismo año en que Elena de White publicara El Deseado de todas las gentes (1898), apareció un artículo en la Adventist Review escrito por R. A. Underwood, quien había sido delegado en el Congreso de Minneapolis y se desempeñaba como pastor adventista. En su artículo titulado “The Holy Spirit, a Person” (El Espíritu Santo, una persona), afirma que “es el plan de Satanás destruir la fe en las Personas de la Divinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”.8 En el mismo artículo afirma que el Espíritu Santo es “la tercera persona de la Divinidad”. Evidentemente, ya en 1898 nuestros pioneros expresaron explícitamente su creencia en la doctrina de la Trinidad.

En un artículo publicado en abril de 1900, bajo el título “Blended Personalities” [Personalidades estrechamente unidas], se hace la siguiente afirmación: “Permítanme mostrarles, amados, cuán maravillosamente unidas están las personas del Dios triuno, manifestadas por la presencia personal del Espíritu Santo”.9 Nuevamente se percibe aquí la creencia en un Dios en tres personas, tal como lo expresa la frase: “Dios triuno”. Esto significa que se considera tanto a Cristo como al Espíritu Santo integrantes totalmente divinos de la Trinidad.

También ese mismo año, Stephen N. Haskell, quien escribía regularmente en la Adventist Review, publicó un artículo en el que afirma que Cristo es “Dios manifestado en la carne, porque ‘en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad’ [Col. 2:9]” y es “igual a su Padre”.10 Otra vez se expone claramente la creencia en la plena divinidad de Jesús. Lo más interesante es que este artículo fue incluido por el editor de la Adventist Review, el mismo Urías Smith, quien dos años antes había manifestado su creencia en que Cristo es un ser creado.
El proceso de maduración de esta creencia llega a su punto culminante en 1913. En ese año, el editor de la Adventist Review, el Pr. Francis M. Wilcox, publicó un resumen de las creencias fundamentales de la Iglesia Adventista. Introduce su resumen con estas palabras: “Para beneficio de los que desean conocer más detalladamente las creencias cardinales de la fe que sostiene nuestra denominación, declaramos que la Iglesia Adventista cree:

“1. En la divina Trinidad. Esta Trinidad está formada por el Padre eterno, un ser personal y espiritual, omnipotente, omnisciente, infinito en poder, sabiduría y amor; por el Señor Jesucristo, el Hijo eterno del Padre, por quien todas las cosas fueron creadas, y por medio de quien la salvación de las huestes de los redimidos será consumada; por el Espíritu Santo, la tercera persona de la Divinidad, el agente regenerador en la obra de la redención”.11

Este artículo demuestra claramente que nuestra iglesia creía firmemente en la doctrina de la Trinidad y la plena divinidad de Cristo varios años antes de la muerte de Elena de White. Es más, este resumen de las creencias fundamentales aparece a continuación de la columna semanal que Elena de White escribía para la Adventist Review. Dado que ella revisaba las pruebas de imprenta de cada uno de sus artículos,12 lo tiene que haber leído incluso antes de que aparezca impreso.

Conclusión
No hay dudas de que nuestra iglesia transitó un largo camino hasta llegar a afirmar la divinidad de Cristo y la verdad de la Trinidad. Lo que comenzó como un fuerte rechazo se convirtió en estudio y discusión, para luego llegar a la definición actual: “Hay un solo Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo, una unidad de tres personas coeternas”.

Nuestros pioneros arrastraron posiciones de sus denominaciones de origen, tal como la creencia arriana de que Cristo es un ser creado. En el Congreso de Minneapolis de 1888 no solo se estudió la justificación por la fe, sino también la naturaleza de Cristo. Esto hizo que varios de nuestros pioneros vieran la importancia de que solo si es plenamente Dios Cristo puede salvarnos.

La divisoria de aguas estuvo marcada por la publicación de El Deseado de todas las gentes, en 1898. Allí, Elena de White afirmó la plena divinidad de Cristo al igual que estableció que el Espíritu Santo es “la tercera persona de la Divinidad”.13 Quedó asentada, entonces, la creencia tanto en la divinidad de Cristo como en la Trinidad.

A partir de ese mismo año comienza a evidenciarse un cambio de paradigma también en muchos de nuestros pioneros. A fines de la década de 1890 ya hay varios de ellos que manifiestan su creencia en la divinidad de Cristo, en la personalidad del Espíritu Santo y, por lo tanto, en la Trinidad.

Pocos años después (1903), Elena de White denunció fuertemente las herejías panteístas de John H. Kellog; es decir, se mostró activa en identificar y señalar nuevas herejías. Si ella hubiera considerado que la doctrina de la Trinidad es una herejía, ¿no tendría que haberlo denunciado también? Es más, dos años antes de su muerte, Francis M. Wilcox publicó, a continuación de un artículo de ella, un resumen de las creencias adventistas, mencionando a la doctrina de la Trinidad en primer lugar.

La actual doctrina de la Divinidad sostenida por la Iglesia Adventista se sustenta sólidamente en la Biblia y en los escritos de Elena de White, y fue fruto de un desarrollo conceptual histórico.
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Referencias
1 J. H. Loughborough, “Questions for Bro. Loughborough”, Advent Review and Sabbath Herald (5 de noviembre de 1861).
2 Urías Smith, “In the Question Chair”, Review and Herald (23 de marzo de 1897).
3 Roswell F. Cotrell, “The Trinity”, Review and Herald (6 de julio de 1869).
4 D. M. Canright, “Jesus Christ, the Son of God”, Review and Herald (18 de junio de 1867).
5 Ellet J. Waggoner, Christ and His Righteousness (Oakland, CA: Pacific Press, 1890), p. 44.
6 Urías Smith, Looking Unto Jesus (Battle Creek, MI: Review and Herald, 1898), pp. 3, 10.
7 Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 489.
8 R. A. Underwood, “The Holy Spirit A Person”, Review and Herald (17 de mayo de 1898).
9 The King’s Messenger, “Blended Personalities”, Review and Herald (3 de abril de 1900).
10 Stephen N. Haskell, “Christ in Holy Flesh, or a Holy Christ in Sinful Flesh”, Adventist Review (2 de octubre de 1900).
11 Francis M. Wilcox, “The Message for Today”, Adventist Review (9 de octubre de 1913).
12 Arthur L. White, Ellen G. White: The Later Elmsahven Years 1905-1915 (Washington, DC: Review and Herald Publishing Association, 1982), pp. 407, 413.
13 Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 625.

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