El que tiene oidos, oiga: Cuidará también de mi

miércoles, 19 de agosto de 2009

Cuidará también de mi

Era un día frío en Manhattan pero agradable dentro del negocio llamado “Starbucks” en la calle 51 y Broadway, muy cerca de Times Square.
Para los músicos la ubicación de este negocio donde se toma café y se escucha música en vivo es una de las mejores del mundo, según me dijeron. Por consiguiente, las propinas pueden ser voluminosas si uno interpreta bien la música.
Estaba tocando el teclado y acompañando a mi amigo que a su vez agregaba ritmo con su arsenal de instrumentos de percusión. Mientras interpretábamos un tema melódico, noté a una señora, sentada en uno de los sillones del lugar, frente a mí. Ella se movía al compás de la música y cantaba junto con nosotros. Cuando la canción terminó, se acercó. "Disculpen por cantar con Uds. esa canción. "¿Les molestó?" preguntó. "No", le respondí. "Nos encanta que la audiencia se nos una. ¿Le gustaría cantar desde el frente la próxima selección?"
Para mi deleite, ella aceptó la invitación.
"Elija," le dije. "¿Qué le gustaría cantar?"
"Bueno... ¿sabe himnos?"
¿Himnos? Esta mujer no sabía con quien estaba hablando. Conozco himnos desde antes de tener dientes. Antes de nacer ya iba a la iglesia. Le dirigí una mirada de aprobación. "Elija uno"
"Oh, no sé, hay tantos lindos."
"Bien," respondí. "¿Qué le parece ' Cuidará también de Mi?'"
Mi nueva amiga quedó en silencio. Su vista, perdida. Luego fijó sus ojos en los míos y dijo. "Sí, cantemos ese."
Lentamente me hizo una señal con la cabeza, dejó su cartera de lado, acomodó su chaqueta y miró hacia el centro del salón. Ejecuté dos compases y ella comenzó a cantar.
"¿Cómo podré estar triste y en el dolor vivir?"
La audiencia quedó absorta.
"Feliz, cantando alegre yo vivo siempre así,
Si Dios cuida de las aves Cuidará también de mí."

Cuando se apagó la última nota, los aplausos se fueron sumando hasta ensordecer. La mujer se sintió apabullada. "Oigan, todos Uds., ¡sigan tomando su café! ¡No vine a dar un concierto! ¡Solo vine a tomar algo, al igual que Uds.!"
Pero los aplausos siguieron. Abracé a mi nueva amiga. "¡Oh, querida, eso fue hermoso!"
"Es interesante que hayas elegido ese himno en especial", dijo ella.
"¿Por qué?"
Ella titubeó nuevamente. "Ese era el himno favorito de mi hija". Tomó mis manos. A esta altura los aplausos habían cesado y continuaba el bullicio de siempre. "Tenía 16 años. Murió de un tumor cerebral la semana pasada."
Dije lo primero que salió a través de mi silencio. "¿Estarás bien?"
Sonrió a través de las lágrimas y apretó mis manos. "Voy a estar bien. Debo seguir confiando en el Señor y cantando sus canciones, y todo va a estar bien."
Tomó su bolso, me dio su tarjeta y se fue.
¿Fue solo coincidencia que nosotros estuviéramos cantando en ese lugar esa noche de Noviembre?
¿Coincidencia que esta maravillosa mujer entrara a ese lugar?
¿Coincidencia que de todos los himnos que sabía, yo eligiera justamente el himno favorito de su hija, que había muerto solo una semana antes?
Me niego a aceptarlo.

Dios ha estado arreglando los encuentros en la historia de la humanidad desde el principio de los tiempos. No me cuesta pensar que El haya elegido un "cofee shop" del centro de Manhattan y haya convertido un programa musical común en un momento de meditación espiritual.

Fue un gran recordatorio de que si permanecemos confiando en El y cantando sus canciones, todo estará bien.

Por John Thomas Oaks

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